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Cuando nos resfriamos vamos al médico general, cuando sufrimos dolencias estomacales, vamos al gastroenterólogo. Si nos duele o nos molesta una articulación o sufrimos una fractura, sabemos que tenemos que ir a un traumatólogo y dependiendo de la zona de nuestro cuerpo que se vea afectada, buscamos un especialista.

Sin embargo, cuando sufrimos una separación, o mantenemos malas relaciones con los compañeros de trabajo, con los hijos, con los padres o con los pololos, o cuando simplemente nos sentimos tristes, buscamos formas para no sentir más esa molestia.  Algunas de las recetas caceras para sentirnos mejor son, por ejemplo, comer chocolate, tomar helado, ir a la peluquería, salir de compras, salira divertirnos, a comer fuera de casa, jugar fútbol, y una de las más populares ahogar las penas con uno o varios vasos de alcohol.

Muchas veces estas fórmulas mágicamente nos sirven, y cada uno de nosotros nos convertimos en nuestro propio especialista y nos auto diagnosticamos y nos auto recetamos quitapenas. Así como sabemos  a qué especialista médico acudir de acuerdo a la dolencia física que suframos, también sabemos que nos hace olvidarlas penas del alma.

Pero qué sucede cuando el sufrimiento persiste o no se olvida, y peor aún, la pena, comienza a expresarse somáticamente, es decir, enferma a nuestro cuerpo, provocando cefaleas recurrentes, angustia, dolores estomacales, sudor de manos, ansiedad, llanto sin motivo aparente, exceso o pérdida de apetito, insomnio o ganas de dormir todo el día, a cada momento.

Cuando alguno o más de uno de estos síntomas afectan el funcionamiento acostumbrado o normal de una persona, es que se hace necesario acudir a un especialista.

Tenemos 3 alternativas y es aquí donde se puede entender mejor, por qué tenemos que ir al psicólogo:

  1. Podemos acudir a un médico general para que nos recete algo y así eliminar el síntoma.
  2. También podemos acudir  a un médico especialista, el psiquiatra, para que cumpla la misma función, y nos ayude a sanar nuestra dolencia con medicamentos especializados.
  3. Y finalmente acudir al psicólogo, especialista que “trata” el problema que genera el síntoma.

Estas tres alternativas son válidas y son acciones concretas que podemos tomar, de acuerdo al problema que cada persona tenga.

Como psicólogos(as), aunque el motivo de consulta, puede ser el síntoma, lo que nos diferencia del médico y/o psiquiatra, es que el objetivo terapéutico, es decir, lo que motiva nuestro trabajo es el “problema” que está generando el síntoma, porque en la medida que este se solucione, habrá un alivio duradero en el tiempo.

Muchas veces, los medicamentos o un tratamiento conductual del síntoma, efectivamente puede aliviarlo, sin embargo, el paciente no genera el conocimiento necesario que le permita resolver o enfrentar las situaciones que lo afectan emocionalmente, por lo que si no se trata, o resuelve el problema de fondo, lamentablemente, estos pueden volver y con mayor intensidad.

¡Pastelero a tus pasteles!
Quiero decir con esto, que si existe alguna dolencia que afecta a una persona, y que no tiene que ver con huesos rotos, gripes, infecciones, es decir, enfermedades del cuerpo, o si el cuerpo se enferma por somatizar un estado emocional, pena, dolor, rabia, es necesario  ir al especialista, al psicólogo. Es importante solucionar el problema de raíz.

¿Cuál es el problema del problema?
Las personas van al psicólogo cuando sienten que tienen un problema que no han podido solucionar.

Desde el paradigma médico, estos problemas son diagnosticados o clasificados como enfermedades mentales, piquiátricas, psicológicas etc., dependiendo del cuadro sintomatológico, es decir, la suma o conjunto de síntomas que la persona presente.  Los diagnósticos más conocidos y recurrentes de este tipo de enfermedades, son la depresión y sus variaciones, crisis de pánico, fobias, y diversos trastornos del ánimo.

La enfermedad es un concepto que permite clasificar y categorizar los síntomas y su curso de comportamiento. Este ejercicio, permite al especialista rápidamente entregar la solución predeterminada para dichos cuadros, y por lo tanto “saber” qué y cómo se llama lo que le ocurre a la persona (diagnóstico de enfermedad) y qué tratamiento farmacológico es el recomendable. Tratamiento que no ha sido comprobado hasta el día de hoy por ningún estudio como remisor de la “enfermedad”

Y es en este punto donde la psicología se diferencia de las ciencias médicas y/o la psiquiatría. La preocupación no está puesta en el síntoma, si no en el problema que generó el síntoma.  El psicólogo a través de un trabajo terapéutico, debe tratar de mediar entre la persona: su historia, emociones, sentimientos, experiencias vividas, y el síntoma, la expresión somática y verbal de éste.

Como psicólogos(as) y desde la psicología como una ciencia comprensiva de lo humano, trabajar con el problema, es entender la premisa de que, cada persona es única y diferente de los demás, que pueden vivir las mismas experiencias y sin embargo, la evaluación que haga será diferente.  Por lo dicho, no debemos suponer o predeterminar el problema, ni mucho menos anticiparnos a la solución, es necesario, conocer a la persona, para poder entender qué le sucede.

No importa mucho si una persona es “enferma” o no, ni si es “normal” o “anormal”, desde el punto de vista con que se esté evaluando. Cada persona nace con una cantidad de recursos con los que logra, respirar, vivir desarrollarse, aprender, y seguir viviendo, lo que llamamos narrativa. Sin embargo, existen momentos en que algo no funciona, algo ocurre, y esta narrativa cambia su curso normal, pero sin comprender muy bien el por qué y ya no nos sentimos cómodos, hay algo que no entendemos, que no logramos solucionar, y que en cierta forma, no nos permite seguir avanzando. Cuando esto ocurre, y cuando no lo podemos solucionar con los recursos que tenemos, podemos decir que “hay un problema”, y es en estos casos, en que las personas deben acudir a un especialista, que les pueda ayudar a “mirar” este problema, es decir, acudir a un psicólogo.

Nuestra vida en términos narrativos es como una película, tiene un inicio un desarrollo y un final, luego de ver esta película, somos capaces de contar la historia a otra persona que no la vio, ¿pero qué sucedería si diez minutos de la película, no se vieron por un error en la cinta?. Sin duda que la historia cambiará, omitirá algo y ya no habrá coherencia para entender por qué ocurrió el desenlace final. Para que una narrativa tenga continuidad hay que conocer estos diez minutos que faltan.

En el transcurso de nuestra vida nos pasa lo mismo, algunas experiencias dolorosas producen un quiebre, un corte, que no logramos integrar y que dejamos fuera. Pero ahí está, algo pasó que contamos la historia una y otra vez, pero sentimos que está incompleta, sin saber bien qué es. Es algo que no podemos explicar correctamente. Una incoherencia

Visto de esta manera el diagnóstico de enfermedad, no nos sirve de mucho. Al paciente menos, sólo le agrega mayor frustración, porque ese diagnóstico no logra decirle qué le sucede.  

Por ejemplo, si una persona de 21 años, va al psiquiátra y le dice que ya nada lo hace feliz, que no siente la motivación por hacer cosas, que todo le da lo mismo, que el mundo es una porquería y que lo único que quiere es dormir todo el día, y lo agobian sentimientos de culpa, y de odio hacia sí mismo, en un grado de nucha intensidad y en un tiempo prologado, sería diagnosticado como una depresión endógena, es decir, una enfermedad genética y que sólo se podría tratar con antidepresivos o electroshock. 

El paciente diagnosticado con depresión endógena, entenderá lo siguiente “estoy enfermo, y como es genético, siempre estaré enfermo” o quizás diría “ok, estoy enfermo, sé lo que tengo, y sé que con los medicamentos estaré bien”.

Pero podemos evaluar este mismo caso de la siguiente manera: “si el paciente tiene o no una enfermedad genéticamente determinada no es lo importante, dado que ha vivido con ella durante toda su vida, pero curiosamente, hasta estos eventos, logró conducir su vida con sus propios recursos 21 años.

Sin duda algo ocurrió en su coherencia interna que sus recursos no sirvieron para seguir contando su historia, algo que no le está permitiendo seguir su trayectoria como hasta ahora, y es en este contexto que las personas necesitan que alguien los aompañe a mirar aquello que ha dejado fuera, que no ha podido integrar.

Así, la tarea del Psicólogo no es hacer que una persona sea normal, que se comporte como los demás, que le guste hacer lo mismo que los demás, ni mucho menos pretender que la solución sea la misma para diferentes personas. Lo que el Psicólogo debe lograr es que la persona entienda qué le pasó, por qué le pasó y así generar nuevos y propios recursos, que le permitan seguir siendo la persona que es. “Si logra ver el pedazo de la película que no vió, la historia será coherente”, nada sobrará ni faltará, la persona podrá volver a sentirse cómoda consigo misma, y simplemente seguir viviendo su vida, como desee.

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